Por
fin llegó el momento. El mágico momento de compartir de nuevo el lecho, de
refugiarse entre sábanas. Temblando
me hallaba, como un niño recién nacido. He de reconocerlo ¡Incluso balbuceando
palabras! Que me ocurre cuando quiero expresar lo que siento y no puedo. Sí,
sin poder hacerlo me hallaba; y sin “huevos” para mirarla a los ojos. Decírselo…
¡Eso!, eso es lo que más deseo en este mundo. Y parezco hipnotizado (no consigo
lograrlo) La hipnosis es un don o un arte destinado a no sé quién ni por qué. Hechizado
pues en embrujo de amor perdí el sentido de los acontecimientos, cimientos que
se derrumban como un castillo de naipes. Y desconozco si sintió ella lo
mismo que yo; que un “Te quiero” a veces resulta de decir mucho más difícil de
lo que parece. Lo desconozco ¿Pensó ella lo mismo? Acurrucados entre sábanas a mi mente acudieron recuerdos de
aquella primera vez, pero no tuve tiempo de asimilarlo nuevamente. Cuando a uno
le llega el olor a muerte hasta sus propios pies, no desaprovecha ni uno sólo
de los segundos que le quedan. Caí rendido ante ella… Y ella ante mí.
¡UFF! No sé cómo pasó, cómo fue.
Y mucho menos cómo mi “soldadito” volvía a ponerse en pié de guerra,
desafiante. No lo sé, pero lo cierto es que allí quedamos, cuerpo contra
cuerpo. Con el desolado resplandor de un amante despechado atravesé su
dulcificante mirada entrando en ella hasta el abismo de su ser. Y despojándola
así de su vanidad, de su eterno juego superficial; Como a la vez me despojé yo
mismo de mi ridiculez y mi miedo. Por un instante que fue eterno me refugié en
el amor puro, en la pasión. Nos abrazamos palpitando aceleradamente los corazones
hasta dejar de tener miedo. Mientras, el fuego que desprendían nuestras pupilas
nos iban desnudando. ¡Oh, no! No de un forma física, ya cumplida. Nos
desnudamos de alma para dentro al mirarnos, y después al cruzar nuestros labios,
y recordar el sabor del primer beso. No
quería saber más, ni vivir más. Únicamente quise detener el tiempo en ese
segundo, porque era consciente de que jamás podría volver a disfrutar de algo
tan maravilloso, de ese amor por mucho más tiempo. Pero no era ese tiempo ni lugar para cobardías, no. Que bastante
terrible e injusto era ya descubrir que, cuando nosotros dejábamos de tener
futuro, el amor lo tenía; y a largo plazo. Valiente, crecido por semejante
sentimiento, miré hacia delante. Sólo me quedaba el presente y no estaba
dispuesto a renunciar a ello. No, no estaba dispuesto a caer en el error de
atormentarme. Prometí aprovechar cada segundo que nos quedara. Prometí ser
feliz, aunque sólo fuera un instante. Le abracé aún con más fuerza si cabe,
como si su alma y la mía pudieran tocarse, abrazarse también. Me abracé a ella
hasta fundir nuestros cuerpos, hasta quedar uno sólo. Hasta besarnos los
corazones. Y entré en ella.
*
No se
confundan. No fue el hecho de dar rienda suelta a sus pasiones y gusto a sus
entrepiernas, no. Fue mucho más que eso. Fue sentir la dualidad, ajeno y propio
a la vez el cuerpo. Todo lo que eso rodeaba, el brillo acerado en la mirada. La
ternura en el gesto. Y el aplomo en la decisión. La primera vez ¡¡¡UFF!!!...
La primera vez. Hacía
frío, pero sudaban. Se agitaban, pero no estaban nerviosos. Tenían hambre,
tenían miedo, mas no se detenían. Estaban agotados pero no cejaban en su
empeño. Se amaban, por primera vez se descubrían el uno al otro sus cuerpos,
sus almas. Y su sexo. Sí, así fue la primera. Soldado desorientado se
atrincheró en ella, buscó cobijo. Y hoy, más de treinta años después, y
rememorando las mieles, se sintió de nuevo revivir. El cáncer podría
llevárselo; no su amor por ella.
Como soldado pues, dispuesto a morir con las botas
puestas se posicionó ¡La última gran batalla! E inconsciente en su conciencia,
supo de ante mano que aquello era una causa perdida. Podía amarla, pero una vez
más en la vida. Sólo una. Y sin mayor dilación dejó de divagar.
Dicen que el amor es como una balsa navegando en
aceite, pero la cama no. La cama es el océano tranquilo por dónde naufragar sin
miedo. Dónde se vive la pleamar de dos seres que se aman. Varado junto al
arrecife de coral que es su cuerpo ya no le oprime la cadena del miedo, se
entrega a ella. Se atrinchera en ella como soldado desorientado. Ahora lo sabe,
traspasará su puerta, la flor de su sexo se abrirá a el. Sintiéndose indestructible
vence al miedo, la traspasa y se atrinchera. Ella, mientras tanto, gime. Siente
derramársele hacia dentro. Coge su mano, la oprime junto a su pecho, y le
abraza, le retiene fuertemente. No, no se reprime, se refugia en él y en el
puro instante rezando porque no se acabe, que no cesen las hostilidades.
Un segundo que es un mundo; orgasmo fugaz y eterno. Ya
no habría más.
KAPI
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