El motor de la sierra se truncó sin
vida al igual que su enemigo árbol, mortalmente herido no tenía salvación. Sin
embargo seguía en pié, erguido, mostrando su orgullo. La sierra también,
alojada en manos del hombre. Hombre que se encabrita, no entiende nada. Además,
el tiempo caluroso del verano, pegajoso calor de aquel día, no ayuda en la
labor. Molesto tiró de la correa. Nada. La sierra yacente chasqueaba un rugido
estercóreo entre sus manos. Tiró nuevamente y, cual ruido de trueno, ahora sí, tronó.
Revivió insospechablemente entre sus manos. Rápidamente se dirigió al árbol.
Éste, inmóvil y erguido, esperaba funesto desenlace.
Miró al cielo, como toda mañana,
por última vez esta vez, dejando resbalar el último rayo de sol entre sus
ramas. El cielo, gris de repente, cual presagio, con velocidad de rayo se cargó
de nubes. Presagio de tormenta…, y se atormenta el hombre. Se aplica con
fiereza a la labor de tronchar el árbol. Y cuando la primera gota de lluvia le besa
la copa ya crepita, iniciando su descenso hacia el abismo. Lo hace delante del
hombre, aún sierra en mano, cuando al instante cae al suelo con gran estruendo
y fogonazo. Apenas dos segundos después llega el sonido del trueno. Pero ya
nadie lo escucha, ni el árbol, ni el hombre. Uno yace cortado por su base. El
otro atravesado por la fuerza inescrutable de la naturaleza.
Este "tormento" lo leí en Casa Eolo y me encantó. Buen relato donde la naturaleza castiga las vilezas del hombre.
ResponderEliminarBesos.
Gracias teresa. Por cierto, aclarado. gracias por tu explicación o punto de vista respecto a nuestro otro punto de encuentro, Casa Eolo. de todos modos, nos seguimos.
Eliminar1 abrazo.