viernes, 10 de febrero de 2012

DIARIO DE UNA NARANJA


“Woof woof” Ladra el perro mientras me olisquea. La verdad, no sé qué hace aquí. Sin lugar a dudas se ha colado entre el zarzal y la verja que delimita el terreno. ¡Allanamiento de morada! Se podría decir; O al menos así lo indican los mortales. Pero esto es el campo, y los animales no entienden de leyes. Si acaso de jerarquías, y a palos la mayor de las veces.
A este pobre can poco le queda para descubrirlo; si acaso no le es ya sabido. Pero, y mientras tanto, pasea por la hacienda curioseando con la habilidad propia de un sabueso. Agita el rabo excitado, moviéndose inquieto, golpeando sin querer ramajes del árbol. Árbol que, de tan cargado que está, cede ante las leyes imperiosas de la naturaleza, rozando con sus ramas el suelo. El perro no disimula su sorpresa, y lo mira ¡También yo ahí colgada! Pues este árbol, como el alma de un pobre anciano, al que parece la tierra ya le llama, cede. Cede ante el efecto de la gravedad, que le pervierte al punto de dar en el suelo con sus floridos bracitos. Y he ahí que estamos él y yo. Un can curioso, y un fruto colgado de la rama. Rama vencida por el peso de esta que os habla, cierto. Y el de sus compañeras.

El sol aprieta y el aire, quieto, se mece entre la hojarasca. Quietud que parece no importunar a nadie, excepto al perro que alegre agita su rabo golpeándome. Me zarandea, y es como si llevase una melopea considerable. Allá, acá… Y la rama que cruje al punto de partirse. Por suerte cesa el movimiento, pero algo peor me espera. La visión de un hocico babeante y dentadura poderosa se acerca hasta mí. Me olfatea fruto de la curiosidad y el aroma que desprendo. Porque, señores, he aquí que soy muy coqueta. Consciente soy que dicho aroma, y el brillo de mi piel, no pasan inadvertidas; cosa que por otra parte desearía en estos momentos. Pero el can pronto se olvida de mí al percibir un nuevo estimulo. Concretamente el de una liebre asustadiza que corre atravesando la finca ¡Y allá que va! Como un rayo hacia ella, dispuesto a jugar, asustar tal vez, o medir su carrera. El caso es que sale disparado, y disparado saldrá dado que correrá la misma suerte que su compañera liebre. Pues resulta que la moraleja de los cuentos no suele ser en balde, y he aquí que se cumplió la profecía… Decía, que me lío. El perseguidor acaba convirtiéndose en perseguido. –jejeje- Sonrisilla que se afloja y florece. Porque yo allí, inmóvil y prácticamente a ras de suelo, pude comprobar dantesca y desternillante imagen. El dueño de la hacienda, que no de mí, pese lo que le pese, porque yo pertenezco a la naturaleza, a sus dominios, y no a nadie, aparece. Aparece y vara en mano intenta ahuyentar al can, con evidentes y rápidos resultados. Con lo que, ya instaurada la calma, se acerca hasta el naranjo, que es mi casa; porque mi hogar es la tierra (Madre tierra; Gaia) Que quede claro. Se acerca interesándose, mas por su propio interés (no podía ser de otra manera), y analiza el estado en el que nos encontramos tanto yo como mis compañeras. Algo doloroso. Porque de repente una cae al suelo, preludio de defunción, y es recogida y depositada en un canasto por polvorientas manos. Las demás aguantamos estoicamente hasta que desaparece el hombre, vara en mano, y observamos el hecho. Sí, se marcha olvidándose el canasto. Canasto con nuestra compañera ahí dentro, ¡sin posibilidad de recibir los rayos del sol! y sin nada poder hacer ¡Y nada podemos hacer el resto! Tan sólo dejarnos mecer por el vaivén del aire en nuestro cedido ramal al cobijo de un sol creciente, ya asomado por el horizonte en su práctica totalidad, esperando al momento que presagian dulce; mas no lo es: maduración y caída.
Lo temo. Y es por ello que ahí van estas, mis palabras: -Árbol bello, no anticipes mi despedida. Que aun anhelo el desvelo del perro que jugó hoy día; ser admirada y no mordida. Aún, aún anhelo, el destello y una pizca de vida.                                                                                                                                                 -Diario de una naranja-

2 comentarios:

  1. Un relato, que también los hay. Como muestra éste, abstracto, llamado Diario de una naranja

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  2. ¡Pobre naranja! ¡vaya susto que se llevó!
    Al final preferimos vivir con los sinsabores que nos da la vida, que morir en el olvido.

    Entretenido relato Kapi.
    Besos.

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